Los fuertes huracanes golpean mi tronco. No soporto más. Quitan mi entereza y resecan mi piel. Cada día que pasa, caen de mis ramas las hojas brillantes que vestían de color esperanza el paisaje donde me encontraba. Ya no están. Culpa del sol que se dejó enmascarar por los oscuros nubarrones, apoderándose del inmenso cielo, devastando todo el lugar.
Emigraron los pájaros y con ellos su alegría y su cantar; ya no alimentan mi alma, me dejaron débil, sin ilusiones, en medio de esta gran soledad. Muriendo lentamente, sintiendo cómo me voy quebrando despacio...
Tac, tac, tac, desperté al oír mi corazón. Me di cuenta que me quedaba lo más importante, el motor que da vida a este cuerpo lastimado y decidí enfrentar sola la oscuridad. ¿Qué más podía llevarse de mi? Ya me había quedado sin sueños, sin esperanza, sin metas...y mi alma se iba marchitando lentamente.
Busqué en lo más íntimo de mi ser, algo que deseara profundamente, algo por el cual valiera la pena renacer.
Entonces apareciste vos, conectando con mi alma, para darme las fuerzas y hacerme saber que seguís ahí. Dentro mío.
Algo se había apoderado de mí, de cada átomo que forma mi cuerpo, salieron las bestias que me atormentaban en mi interior. Como un hechizo mágico, se iluminó la inmensidad del cielo y se apoderó de mi corazón.
El alma sabe mirar más allá. Se acabó el invierno oscuro y gélido dentro de mí. Tu luz es fuerte y me embelleció, me ha devuelto la vida, la esperanza.
Sigo ahora en este camino tan difícil de la vida, sin la mano que me sostenía, pero cada vez que miro al horizonte, el sol nace cada día mostrándome "un nuevo amanecer".
Alma mía... 21 de enero, 2014